Desde su llegada en marzo del 2020 al país, el COVID19 se convirtió en el enemigo principal de la actividad comercial y económica del tejido empresarial de la República Dominicana, llevando al cierre de sus operaciones a grandes, medianas, pequeñas y microempresas

Desde luego las MIPYMES, que son en su mayoría empresas de escasa estructura logística, con poca liquidez y acostumbradas a vivir del día a día, fueron las más afectadas. Si tomamos en cuenta que el país cuenta con casi 1.5 millones de MIPYMES, representando un 98% de todo el sector empresarial y que estas generan alrededor de 2 millones de empleos, podremos intuir que el impacto económico por el cierre de estas empresas fue significativo para el país.

Sin duda alguna este desequilibrio económico y social ha impactado también en la creación y formalización de nuevas empresas. Es así como datos oficiales de la Tesorería de la Seguridad Social apuntan que este año el registro de empresas en el sistema de seguridad social sufrió una caída estrepitosa, si analizamos que para el 2019, año antes de la pandemia, se registraron 6,304 empresas, para el 2020 se realizaron 5,183 registros y ya para marzo del 2021, sólo se encontraban registradas un poco más de 953 empresas.

Sin embargo ¿significa esto una reducción del emprendimiento y generación de nuevos negocios o sólo alude a la disminución del ritmo de la formalización de empresas en los cuales el Estado había avanzado en años anteriores?

Cuesta pensar que, con más de 514,000 millones de empleos perdidos desde marzo 2019, producto de la pandemia del COVID19, la generación de nuevos emprendimientos e ideas de negocio haya mermado. Todo lo contrario. Es más fácil intuir que producto a las remuneraciones recibidas por la pérdida de sus puestos de trabajo y ante la pérdida de sus principales fuentes de ingresos, las personas hayan decidido crear sus propias empresas.

No menos cierto es, que cada vez es más común ver a personas tener de forma paralela a su empleo, un negocio alterno en cualquier red social y otras entradas de ingreso derivadas de empresas informales que han emprendido.

En este sentido, sería incoherente establecer que el emprendimiento se ha venido reduciendo en el país y, por el contrario, se podría entender que la formalización de las empresas ha sufrido un revés producto a los efectos económicos que se derivan de la pandemia. Y si tomamos en cuenta una posible reforma, con más impuestos, productos gravados y nuevas obligaciones tributarias, para el próximo año 2022, los pronósticos pudieran ser más agoreros.

Sería de importancia ante una posible propuesta de una reforma tributaria, la toma en consideración de esta situación y creación de nuevas campañas e incentivos que motiven a los emprendedores a ingresar al mercado formal de la economía, pues de poco nos valdría un nuevo pacto fiscal, si la mayoría de las empresas que componen nuestro tejido empresarial es cada vez más informal y rehúye a la idea de formalizarse debido a todas las presiones tributarias que de este proceso se derivan.